No salgo de casa sin
Natalia Zito
No
salgo de casa sin mis audífonos, no puedo salir sin ellos, mi ex mujer se ocupó
de que eso se me grabara a fuego. No es que yo los necesite tanto, es que el
mundo no tiene mucha paciencia con los que no escuchan. A veces los apago. Es
decir, los llevo puestos, nada más. Los que me quieren, los ven y se quedan
tranquilos y yo también: ellos ven que los tengo, yo transmito la seguridad de
tenerlos, suponen que escucho y en todo caso si no contesto, es que no tengo
nada para decir, que asiento o estoy molesto. De todos modos las conversaciones
se basan más entre lo que la gente cree que piensa el otro, que sobre lo que
dice. Hay gente a la que es fácil adivinarle las palabras que no dicen; mi ex,
por ejemplo, tiene dos o tres caras sencillamente traducibles, una de ellas
sobre todo.
Lo
cierto es que ayer salí sin los audífonos. Me los olvidé. Para un tipo como yo es
casi como olvidarme de ir al baño o acomodar los billetes de menor a mayor.
Será que llegó ese momento de la vida donde todo puede ser puesto en duda.
Entonces salí, lo más campante, sin darme cuenta de que no los llevaba. El día,
que pintaba para infierno, se comportaba calmo y silencioso. Iba manejando por
la autopista, sereno, hacia la primera audiencia de divorcio. No suelo escuchar
música en el auto porque en ocasiones siento que los decibeles suben demasiado
y lo que empieza por ser placentero se torna insoportable (casi como el
matrimonio). De pronto, un auto se puso a la par, bajó la ventanilla y su
conductor articuló una puteada muda. Todo el mundo sabe que la gente cuando
maneja exagera la articulación de las puteadas. Incluso, estoy convencido de
que si uno estuviera dentro del otro auto, tampoco escucharía. La potencia, en
ese caso, está en el movimiento de los labios. Entonces pensé: no tengo los
audífonos, estoy yendo a la primera audiencia de divorcio, la clave está en la
potencia de los labios.
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