Un
ferroviario
Texto:
María Inés Krimer / Imagen: José Villamayor
Plaza de Mayo. Acto por la tragedia de Once. Un año
atrás un tren de la línea Sarmiento impactó contra el andén, dejando cincuenta
y un muertos y setecientos heridos. Las víctimas estaban en el primer y segundo
vagón. Miro las caras crispadas de los familiares. Carteles con los nombres se
recortan en el cielo plomizo. Remeras blancas con las caras estampadas.
Discursos. Unas horas antes habían prendido velas. Rosas rojas caen sobre las
vías.
Papá, a los dieciséis, entró a trabajar en el Urquiza.
Aprendió inglés a la fuerza porque su jefe, el míster, siempre estaba borracho.
"Papá, contame de la primera locomotora", le pedía yo cuando salíamos
a caminar: "Se llamaba La Porteña pero fue construida en la India, de ahí
la mandaron a Crimea y luego al sitio de Sebastopol. Al final se la devolvieron
a los ingleses y la compramos nosotros. Iba de Plaza Lavalle hasta Flores".
Su obsesión era el ferrocarril. Papá no hablaba de
otra cosa. Una vez fuimos a la estación. Me agarró de la mano y caminamos por
la vía, dando pasos largos para alcanzar los durmientes. De pronto sentimos un
ruido y me obligó a saltar a la plataforma. Papá saludó al conductor de la
locomotora apoyando los dedos en la frente y el conductor le hizo la venia. Yo
no me atrevía a decir una palabra. Después fuimos a su oficina y consultó una
planilla.
Qué raro –dijo–. Venía atrasado.
Años después, cuando él ya había muerto, mientras
levantaba su casa encontré unas carpetas azules escritas con su letra prolija.
Tomé una y leí: "Huelga de 1961. Se denuncia el pago de ochocientos pesos
a los maquinistas para hacer de krumiros".
Esa obsesión lo perseguía. Cuando encendía un
Chesterfield yo le decía: "Parecés una locomotora," y él me seguía el
juego: "¿Stephenson o Garratt?". Las Garratt eran dos máquinas que se
acoplaban una con otra, culo con culo, para tirar con más fuerza.
En 1983 empezó con las cartas de denuncia, dirigidas a
la sección de Lectores del diario de Paraná. Una estaba titulada "Que se
sinceren los costos, que se diga la verdad", y en un párrafo decía: "A
los ferrocarriles los devoraron los transportistas de carga. Mientras los
americanos nos inundan con autos y camiones, las empresas ganan con la falta de
inversión". Se preguntaba: "¿Qué va a pasar con los pueblos, con la
gente?". Encontré el recorte en una de las carpetas.
El sindicato publicó una solicitada denunciando que
fabricar un tren de carga costaba lo mismo que cincuenta camiones, y que un
tren de ocho vagones valía lo mismo que setenta y cuatro colectivos. Papá lo
firmo como secretario general. Dos meses después le notificaron el despido.
Mientras seguía con las carpetas, me parecía escucharlo discutir con sus
compañeros de oficina, donde se hablaba de privatizar y de que los
ferrocarriles eran el cáncer del país. "Los dejan caer para después
regalarlos", decía papá, y seguía anotando… "Se clausuraron treinta y
siete mil kilómetros de vías, novecientas estaciones y se dieron de baja a
sesenta mil agentes".
En la última escribió: "En poco más de tres años,
el ferrocarril pasó a manos privadas. Contratistas y cargadores, que durante
años se beneficiaron con las tarifas subsidiadas, lo compraron barato, pagando
con bonos de la deuda".
Ahora, el acto está por terminar. Los familiares bajan
los carteles, empiezan a dispersarse. Miro las espaldas blancas y pienso en lo
que dijo el Secretario de Transporte: "Nuestra obsesión es mejorar los
ferrocarriles". Y en las rosas rojas, que han empezado a marchitarse sobre
las vías.
Publicado en Casquivana 6: www.casquivana.com.ar
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