Ilonka mete repisas en cuanto espacio lo permita, o no. Termina cediendo
a la tentación de agregar maderitas entre las repisas originales de todos sus
muebles. O en las
paredes. Sobre los espejos. Bajo las ventanas. Junto a los sillones. A los
sesenta y tres años, viuda y con sus hijos casados, se muda a un departamento
acorde a su soledad. Para mitigar un poco el vacío decide llenarlo con las
repisas que mudó de su casa de seis ambientes. Quiere colocarlas ella sola. Quiere
hacerlo el mismo día que llega, en medio de canastos con recuerdos diezmados. A
las tres de la mañana, agotada pero conforme, se echa por fin en el colchón,
que todavía no tiene sábanas. Y en el envión no se fija en la repisa que clavó
sobre la cabecera de la cama. Demasiado ancha, quizás. (Dolores Fernández)
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