15.7.13

"Creía ser obsesivo, hasta que lo conocí a Justo", de Conrado Geiger y Alexis Stamboulis



Creía ser obsesivo, hasta que lo conocí a Justo

Texto: Conrado Geiger / Imagen: Alexis Stamboulis



Ese viernes, como todos los viernes a las seis y media de la tarde, entré al bar y me senté en la barra. Le hice un gesto a Calixto, el barman, y se puso a prepararme mi piña colada. Con elegancia me sirvió mi vaso y me acercó un platito con cubitos de queso.

Un tipo vestido de traje se sentó al lado. Sacó unos pañitos húmedos desinfectantes y los pasó prolijamente por el estaño. Calixto, se ve que lo conocía, le acercó un vaso vacío. El tipo lo limpió con otro pañito, lo dejó sobre la barra y se limpió las manos con alcohol en gel. Calixto le llenó el vaso con cerveza.

Me quedé mirándolo. Él giró su cabeza y nuestras miradas se cruzaron. Me sacó una pelusita que tenía en el hombro y mirándome directamente a los ojos, guardando distancia, sin pestañear y sin dejar de clavar su mirada en la mía me dijo:

- Obsesión. Obsesión, le dicen.

- ¿Obsesión? –pregunté

- Sí, obsesión. Proviene del latín obsessĭo, que significa asedio.

- Ajá –respondí acodado en la barra. Tomé un sorbo de mi piña colada y susurré como meditando:

- …asedio…

- Es una perturbación anímica producida por una idea fija. Una idea fija que con tenaz persistencia asalta la mente. Bacilos. Pestes. Contagios.

- Comprendo –sacudí levemente el vaso haciendo girar los cubitos de hielo–. Debe ser terrible…

- Usted sabe de lo que le hablo. La obsesión tiene muchas caras. Esta sensación, llámelo pensamiento, sentimiento o tendencia, aparece y se queda, a pesar de estar en desacuerdo con el pensamiento consciente de uno. No importa cuántos esfuerzos uno haga, la idea persiste.

Así fue como lo conocí a Justo. Viernes a viernes nos cruzábamos en la barra del bar de Calixto. Así fui conociendo su vasto y prolijo mundo. Sus manías: la limpieza, el orden y su gordura.

Cada viernes estaba haciendo una dieta distinta. Recuerdo especialmente la de la NASA. Me mostró un listado de lo que supuestamente comía un astronauta por un mes, día a día, comida a comida, establecido con precisiones como “un bife de 200 gramos, un rollito de jamón y una cucharada de ricota”.

- Esta dieta es maravillosa –me dijo–. Si usted la respeta, puede lucir en un mes un cuerpo como el de Neil Armstrong.

Me quedé pensando cómo sería el cuerpo de Armstrong. Yo nunca supe si era gordo o no, porque en todas las fotos aparecía vestido de astronauta.

De todos modos, la dieta fue reemplazada por otra que fue encarada con el mismo rigor y el mismo entusiasmo.

Viernes a viernes nos cruzábamos. Siempre nos tratamos de usted, pero fue naciendo algo parecido a una amistad.

Una sola vez fui a su casa. Bajé del ascensor, toqué el timbre. Él abrió, me hizo pasar y me sentó en una banqueta que estaba junto a la puerta a la vez que me alcanzaba una bolsita con unas galochas descartables para ponerme sobre los zapatos. Ése era Justo.

Jamás olvidaré su toilette. El estante con las toallas y toallones acomodados en rollitos perfectos, ordenados por una precisa escala cromática. Cuando le hice un comentario al respecto me preguntó:

- ¿Usted dónde pone las prendas magenta? Nunca me decido si ponerlas con los rojos o con los tonos pastel.





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