4.9.12

"Una bolsita de tela brillosa", de Gabriela Rivas



Una bolsita de tela brillosa
Texto: Gabriela Rivas / Imagen: Romina Lardiés

Hacés que rezás, como hiciste muchas otras veces. Cada vez que mamá te dejaba en la parroquia porque se iba a hacer a otro lado quién sabe qué. El último día del niño, por ejemplo, con papá de viaje ella dijo que tenía que hacer y te dejó ahí a pasar la tarde con los chicos de la iglesia. Llegaste primera y te quedaste en el patio a esperar a los demás. Eran menos de veinte y los hicieron sentar en la alfombra de la salita donde, en la semana todos -menos vos- aprendían catequesis. Había cruces y dibujos de Dios y angelitos por todas partes. Jugaron al dominó, a las cartas y dibujaron con crayones; después tomaron la merienda -chocolatada con budín de naranja- y les repartieron regalos. A vos te tocó un oso de peluche celeste que se notaba lo habían pasado por el lavarropas y le habían cosido una oreja. Lo abrazaste y te lo llevaste a la nariz: el olor a ropa recién lavada. A los demás también les tocaron juguetes usados, tal vez porque los papás no podían comprar nuevos, así que agarraste el oso y lo guardaste rápido en tu mochila. Después había que agradecer y rezar. “Padre nuestro que estás en los cielos”, hasta ahí lo hiciste bien, y después abriste y cerraste la boca al ritmo de los demás.

Bajaste del auto de papá y ellas estaban ahí, de blanco, las gemelas María Concepción y María Eugenia de blanco y con coronas de flores blancas en la cabeza, el pelo tirante con media colita, los vestidos con volados, la cruz colgada del cuello y una bolsita de tela blanca brillosa. Vos estabas así nomás, con la pollera azul y la remera de Tom y Jerry. Las saludaste con la mano para que ellas se apartaran del grupo blanco y te saludaran. Concepción, que de las dos es la más amiga tuya, te abrazó, preguntó qué te parecía el vestido que le había hecho su tía costurera y te contó que en la noche no había podido dormir de la emoción: iba a comulgar por primera vez. Vos la miraste. Ni siquiera sabés qué es eso, si ni sabés por qué no estás de blanco. Bien que quisieras estar de blanco como todas. La maestra de catequesis llamó a Concepción a la fila, y Concepción se fue. Entraste a la capilla y te sentaste en uno de esos bancos de madera alargados.




Para leer el final, encontrá el cuento en http://www.casquivana.com.ar/

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