6.8.12

Vómito de perro. Sobre la confesión imposible, de Darío Sztajnszrajber


Vómito de perro. Sobre la confesión imposible (fragmento)
Texto: Darío Sztajnszrajber / Imagen: Ángela Astrid

Dicen que la palabra sana, pero a mí las palabras me dan miedo. Dicen que hay que buscar las configuraciones invisibles, pero a mí las construcciones lingüísticas me esclavizan, me someten, me abochornan. Recorrer el habla para poder escuchar no su sentido, sino su sonido. Recorrer el habla no para, o sea recorrerla para nada. ¿Pero por qué la palabra siempre abre nuevas significaciones? ¿Por qué la palabra reproduce más palabras que intentan dar sentido con palabras a lo que se supone que implica otro sentido, otras palabras que no son las que se muestran? Anhelo ese Edén donde las palabras reflejaban la verdadera naturaleza de las cosas, aunque siempre me quedará el sinsabor de no haber podido clasificar a la palabra como una cosa. La palabra no es una cosa, pero las cosas se nos presentan como palabras. Un mundo siempre asimétrico que nos exige poner orden. ¿Pero no es el orden un castigo? En definitiva, ¿qué es una palabra? Si ya la privamos de todo realismo, ¿no es todo lenguaje en algún sentido una confesión? ¿Y no es toda confesión, en otro sentido, la sustanciación de esta puesta que somos y que pretende incesantemente romper la dicotomía entre lo verdadero y lo falso? Pero hay algo peor (o mejor): ¿no es toda confesión, en última instancia, una manera de pedir perdón? Así la ciencia pide perdón por la manipulación de la naturaleza y así el arte pide perdón por hacernos digeribles los sinsentidos. Así la política pide perdón por ocultar las injusticias originarias y así la religión pide perdón porque no hay perdón. No, no lo hay. Nadie termina nunca de salirse de sí mismo, nadie se expropia. Nadie perdona dice Derrida lo imperdonable y por eso el perdón es imposible. Dar es imposible. Los vínculos son imposibles. Lo único posible parece terminar siendo esta podredumbre que se interioriza en este olor que algunos llaman el yo. Es que la confesión nunca arranca las entrañas, no es entrañable. Nada es entrañable, sino que lo que duele y lo que goza siempre es del otro. La confesión es para otro.



Si querés terminar de leer el artículo, lo podés encontrar en http://casquivana.com.ar/casquivana.html (páginas 6-7). 

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