7.8.12

Confesionarios improvisados, de Agustín Dellepiane


Fragmento de “Confesionarios improvisados”
Texto: Agustín Dellepiane / Imagen: Lucila Valentini

No se sabe bien por qué, si es que los confesionarios más “institucionalizados” donde usualmente atienden los curas, los psicólogos, los psiquiatras, los abogados, no alcanzan, perdieron legitimidad o simplemente no funcionan para todos. Lo cierto es que, hoy en día (o quizás siempre), en el lugar menos pensado alguien arma un confesionario improvisado. Así, peluqueras, depiladoras, taxistas, deben recibir una confesión que pide a gritos salir de la boca de sus clientes, y con ella también absorben su poderosa carga afectiva.
Para realizar esta nota recurrí a un terreno poco explorado y en el que se ve con mayor crudeza la relación Consumidor - Prestador de Servicio, que pareciera ser el cimiento donde se sostienen estos confesionarios. Aquí, la entrevista a una trabajadora sexual, más conocida popularmente como prostituta, que pertenece a AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina).

AD: ¿Qué tipo de confesiones te hacen tus clientes?

TS: Los hombres me cuentan sus intimidades. Sus gustos sexuales, la calentura con la secretaria. Me hablan de cosas que con sus mujeres no harían: los juguetes, el cambio de roles o un simple pete que no le piden desde que esos labios besan a sus hijos. Además, a veces hacen catarsis: cuentan los problemas del trabajo, problemas con los socios, que en vez de decirle todo eso a ellos se enojan conmigo. No me pegan sino que descargan esa bronca hablando. Me dice: “Mi socio me re caga. No sabe hacer nada y se lleva la misma plata”. Le digo: “Eso te pasa porque sos buena persona”. Y él concluye: “Sí, yo soy bueno”. En general, les doy música para sus oídos.

AD: ¿Hay algún otro tipo de confesión?

TS: Si, por ejemplo: una noche un muchacho de unos treinta y pico de años me levantó en la esquina y me llevó al hotel. Yo sabía que quería hablar y no otra cosa porque no quiso que me desvistiese. Entonces, me largó que se había peleado con su mujer y que se iban a separar y no paraba de hablar. El tipo buscaba la mirada de una mujer. Así que le pregunté si la quería. Él me contestó que sí. Y yo le recomendé que la invitase a tomar algo porque a veces en la casa es difícil hablar, más ellos que tenían hijos. Una salida, por ahí, les posibilitaba escucharse. Si la mujer le gritaba quizás era porque le quería decir algo. Varios meses después me levantó la misma camioneta. Yo no sabía que era él porque me encuentro a mucha gente por día. La cuestión es que, arriba de su camioneta, me ofreció la misma plata que la otra vez (era bastante) y me dio las gracias porque yo lo ayudé a salvar su matrimonio. Y se fue. 


Si querés terminar de leer el artículo, lo podés encontrar en http://casquivana.com.ar/casquivana.html (páginas 12-13). 

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